Glorieta de Embajadores: su origen

Las calles, plazas y vías de Madrid, especialmente las más céntricas, guardan el secreto de su interesante nombre, el porqué se llaman como se llaman y sus curiosos orígenes. La Glorieta de Embajadores no podía ser menos y hoy os vamos a contar dónde nace su actual denominación.

Como todos sabemos, no es la primera vez que una enfermedad se pasea entre las calles de Madrid, de hecho antes era bastante más habitual que los madrileños sufriéramos los rigores de alguna epidemia. Uno de esos momentos en los que Madrid tuvo que tomar medidas para paliar los efectos de la enfermedad, está a punto de cumplir los seiscientos años.

Juan II de Castilla

Nos trasladamos hasta el siglo XV a la Castilla de Juan II, allá por el 1434, y llegamos al punto exacto en el que el rey castellano se encontraba en nuestra villa junto a su valido, Álvaro de Luna. El motivo de la presencia de la corte real en Madrid era el de recibir una embajada del rey de Francia encabezada por el arzobispo y el senescal  de Toulouse, Luis de Molins y mosén Juan de Monais. En el Alcázar, los embajadores fueron recibidos por veinte pajes y por un aparatoso ceremonial en el que no faltó ni siquiera un león que, según la tradición, el calor acabaría con el felino animal a su paso por el Puente de Segovia.

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Juan II, rey de Castilla, se encontraba en nuestra villa junto a su valido, Álvaro de Luna.

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Hemos de considerar que antes de que se manifestase el concepto de “capital”, tal y como lo entendemos en la actualidad, era muy habitual que las Cortes Reales de la Europa medieval se asentaran allá donde se asentaban sus reyes. Juan II de Castilla, escogió en varias ocasiones Madrid para convocar a las Cortes, organizar veladas literarias, recibir a embajadas extranjeras y, en definitiva, asentar sus reales.

Cambio en la meteorología

Volviendo al momento que nos ocupa hoy, pasados ya unos cuantos días de celebración, y después de una persistente sequía que duraba ya varios años, la meteorología dio un giro de 180 grados y se desencadenó un tremendo aguacero que, según las cuentan las crónicas de la época, “duró sin cesar desde el 29 de octubre de este mismo año hasta 7 de enero del año siguiente”. Como consecuencia de ello, las aguas se desbordaron, se mezclaron las potables con las llamadas negras y, en 1435, la villa fue presa de una terrible peste.

El castellano rey Juan II dejó nuestra ciudad para establecerse en Illescas, Toledo. Sin embargo algunos de los embajadores extranjeros que se eventualmente se encontraban en Madrid – de Túnez, Navarra, Aragón y los ya mencionados de Francia- optaron aguardar a su evacuación en un campo situado en extramuros.

El embajador de Túnez lo hizo en la quinta de San Pedro, el de Aragón en la quinta (y actual calle) de Santiago el Verde y en otras fincas inmediatas (ubicadas actualmente en la calle de Huerta del Bayo y el parque del Casino de la Reina) y los de Navarra y Francia en otras fincas cercanas. Con el sano fin de que quedaran aislados de la peste que asolaba la ciudad, se levantó una cerca a la que el pueblo llano de la época pasó a denominar esos recintos como Campo de Embajadores, nombre que, con sus variantes, habría de quedar para siempre.

La entrada

Pasados dos años desde el fin de la peste, parece ser que se abrió una entrada a la cerca denominada el Portillo de Embajadores, emplazamiento que alberga en la actualidad la madrileña Glorieta de Embajadores, la misma en la que a finales del siglo XVIII, y ya con los Borbones en España,  se levantó una de los centros industriales más importantes de la historia de Madrid, la Fábrica de Tabacos, y que ya hemos tratado en nuestro blog en episodios anteriores.

Y es que, amigos de MAD Experiencias, en la Historia todo tiene una explicación, nada es por casualidad. Solo hay que rascar un poquito en las crónicas para encontrar el porqué de cada cosa.

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