Castañeras madrileñas: El calor de los recuerdos

Quizá podríamos haber incluido esta entrada en nuestra serie «Los oficios perdidos en Madrid» pero, al existir todavía algunos exponentes, lo consideraremos como activo.

Cuando el invierno se instala en Madrid y el frío parece meterse hasta los huesos, no hay nada más reconfortante que un cucurucho de castañas asadas. Ese aroma, ese calorcito que pasa de las manos al cuerpo y ese sabor tan especial son, sin duda, un regalo para los sentidos. Pero detrás de esta simple delicia se esconde una de las tradiciones más entrañables y antiguas de la ciudad: el oficio de las castañeras.

Por siglos, las castañeras han sido el alma de las calles madrileñas durante el invierno. Sus pequeños fogones y braseros, rodeados de humo y risas, forman parte del paisaje urbano desde el siglo XVIII. Si cierras los ojos y piensas en una estampa clásica de Madrid en invierno, seguro que aparecen ellas, con su ropa oscura, su pañuelo negro en la cabeza y la toquilla cubriendo sus hombros, preparando castañas para los paseantes mientras combaten el frío con entereza.

Una tradición con historia

El oficio de castañera nació en una época en la que las castañas eran un alimento barato y accesible para las clases populares. No era solo una cuestión de sabor, sino de necesidad: calentaban las manos, llenaban el estómago y ofrecían un respiro en los duros inviernos madrileños.

Desde entonces, estas mujeres se convirtieron en figuras clave de la vida de barrio. Su puesto era más que un lugar donde comprar castañas; era un punto de encuentro, una excusa para charlar y un pedacito de calor en medio del frío.

Aunque existían castañeras en toda España, las madrileñas adquirieron un carácter especial. Tal vez fue su conexión con las fiestas navideñas, o tal vez la magia de pasear por calles como Gran Vía o la Puerta del Sol con el aroma de las castañas como telón de fondo.

El origen del oficio de castañera en Madrid

La figura de las castañeras se remonta a finales del siglo XVIII y principios del XIX, cuando las castañas eran un alimento económico, ideal para las clases populares. En una época en la que no existían las calefacciones ni los abrigos térmicos, nada podía combatir mejor el frío que unas castañas calentitas recién asadas. Por eso, las castañeras no solo vendían comida, sino que ofrecían un pequeño oasis de calor en pleno invierno.

Estas mujeres se convirtieron en todo un símbolo de la vida madrileña, apareciendo en la literatura, el arte y la música. Además de vender castañas, a menudo eran personajes pintorescos que se relacionaban con los vecinos, intercambiaban historias y formaban parte del paisaje urbano.

Las castañeras en el arte y la literatura

La literatura española, especialmente en el Siglo de Oro, supo retratar la esencia popular de las castañeras. Autores como Lope de Vega o Quevedo hacían referencia a estas figuras en sus obras, mostrando su relevancia en la vida cotidiana de la época. Más tarde, Don Ramón de la Cruz inmortalizó a las castañeras en su famoso sainete Las castañeras picadas, en el que plasmaba su carácter y el papel que jugaban en la sociedad madrileña.

Pero no solo la literatura las destacó. En el arte, cuadros como La castañera de Francisco Sancha son testigos de cómo estas mujeres trabajadoras fueron reconocidas como parte esencial de la vida en Madrid. Siempre representadas con sus característicos atuendos oscuros, un pañuelo cubriendo sus cabezas y esa estampa tan familiar junto al brasero.

«Pero no solo la literatura las destacó. En el arte, cuadros como La castañera de Francisco Sancha son testigos de cómo estas mujeres trabajadoras fueron reconocidas como parte esencial de la vida en Madrid. Siempre representadas con sus característicos atuendos oscuros, un pañuelo cubriendo sus cabezas y esa estampa tan familiar junto al brasero.»

¿Sabías que había dos tipos de castañeras? ¡Castañeras en acción!

Aunque todos pensamos en las castañas asadas cuando hablamos de este oficio, lo cierto es que también había castañeras que las cocían. Estas mujeres llevaban consigo una olla de hierro donde hervían las castañas, que luego vendían calientes. Sin embargo, las más populares siempre fueron las castañeras que asaban, pues ese aroma tan característico del carbón y las castañas tostadas es lo que realmente conquistaba a los madrileños.

Para llevar a cabo su labor, estas mujeres necesitaban un equipo que iba mucho más allá de un simple brasero:

  • Un hornillo portátil (o anafre): Para asar las castañas.
  • Una chimenea de hojalata: Para que el humo no molestara a nadie.
  • Unas tenazas y un cuchillo: Las tenazas para remover las castañas y el cuchillo para hacerles un corte (y evitar que explotaran al asarse).
  • Carbón, un fuelle y sal: El carbón era el combustible, el fuelle mantenía viva la llama y la sal daba un toque de sabor extra.
  • Taburete y manta: Para poder sentarse y combatir el frío durante las largas jornadas.

Aunque las castañas eran las protagonistas, a veces también se vendían boniatos asados, otro clásico del invierno que compartía escenario con este emblemático fruto seco.

Más que un aroma, un símbolo

El aroma de las castañas asadas era como una señal en el aire que te guiaba hasta el puesto más cercano. Algunas castañeras tenían un truco especial: remojaban las castañas en anís antes de asarlas, lo que les daba un toque único y hacía que su fragancia fuese aún más irresistible.

Los puestos de castañas no solo estaban en las plazas y las grandes calles, sino también en las entradas del metro, junto a los quioscos o incluso en los portales de los edificios. Con el tiempo, se convirtieron en un símbolo del Madrid más castizo y costumbrista. Escritores como Ramón de la Cruz, ya antes mencionado, o Carlos Arniches inmortalizaron a las castañeras en sus obras, convirtiéndolas en personajes literarios que reflejaban el espíritu popular de la ciudad.

Carlos Arniches Barrera (Alicante, 11 de octubre de 1866-Madrid, 16 de abril de 1943) fue un comediógrafo español de la generación del 98. Fecundo autor de sainetes y comedias

Un oficio marcado por el frío

El frío, aunque era el mayor reto para las castañeras, también era su mejor aliado. Cuanto más bajaban las temperaturas, más buscaba la gente su puesto para calentarse las manos y darse un capricho invernal. Por eso, la temporada de castañas iba de noviembre a marzo, coincidiendo con los meses más fríos.

Era un trabajo duro, sin duda. Estas mujeres pasaban largas horas al aire libre, soportando las inclemencias del tiempo. Pero a cambio, se ganaban el cariño y la fidelidad de los vecinos, que esperaban cada año verlas en su lugar habitual.

Las castañeras hoy

Con el paso del tiempo, las castañeras tradicionales han ido desapareciendo. Hoy en día, los puestos de castañas suelen estar gestionados por hombres, y los braseros han sido sustituidos por carritos modernos que, aunque prácticos, no tienen el mismo encanto.

A pesar de los cambios, algunos puestos históricos todavía resisten, como el de “Castañas el Bierzo” en la Glorieta de Bilbao, que lleva calentando las manos (y los corazones) de los madrileños desde 1975.

Aunque ya no sea común ver a señoras mayores vestidas de negro junto al brasero, el aroma de las castañas asadas sigue siendo un símbolo del invierno madrileño. Es un aroma que nos transporta a la infancia, a esas Navidades llenas de magia, y a un Madrid que, aunque cambie, nunca pierde su esencia.

«Aunque ya no sea común ver a señoras mayores vestidas de negro junto al brasero, el aroma de las castañas asadas sigue siendo un símbolo del invierno madrileño. Es un aroma que nos transporta a la infancia, a esas Navidades llenas de magia, y a un Madrid que, aunque cambie, nunca pierde su esencia.»

Un legado que perdura

Las castañeras representan mucho más que un oficio. Son una conexión con nuestras raíces, un recordatorio de tiempos en los que las cosas eran más sencillas y las pequeñas tradiciones llenaban de calidez las frías tardes de invierno.

Así que la próxima vez que pasees por Madrid y sientas ese inconfundible olor a castañas asadas, detente, compra un cucurucho y disfruta. No solo estarás calentándote las manos, sino también alimentando un pedacito de historia. Porque, al final, las castañeras son eso: el calor de los recuerdos.

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