Ramón María del Valle-Inclán, uno de los grandes nombres de la literatura española, es recordado no solo por su inmensa contribución al teatro, la novela y la poesía, sino también por la singular y trágica historia personal que lo dejó sin su brazo izquierdo. Esta es la historia de cómo un altercado en un café madrileño cambió su vida de manera irreversible y dejó una de las anécdotas más recordadas de la cultura literaria española.
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El contexto histórico y literario
Pero para entender mejor esta historia, amigos de MAD Experiencias, es crucial situarnos en el contexto de la España de finales del siglo XIX. Valle-Inclán vivió en una época turbulenta y fascinante. Nació en 1866 en Villanueva de Arosa, en la provincia de Pontevedra, Galicia. España atravesaba entonces un periodo de cambios políticos, sociales y culturales significativos. La Restauración Borbónica había devuelto la estabilidad monárquica después del caos de la Primera República, pero el país seguía siendo un crisol de tensiones y conflictos.
En el ámbito literario, España era testigo del auge del Modernismo y la Generación del 98, movimientos que buscaban renovar las letras españolas y responder a la decadencia del país tras la pérdida de las últimas colonias en 1898. Valle-Inclán, junto a otros grandes como Miguel de Unamuno y Pío Baroja, formaba parte de este grupo de intelectuales y escritores que buscaban un cambio profundo en la forma de concebir y expresar la realidad.
El incidente en el Café de la Montaña
El 24 de julio de 1899, un miércoles cualquiera del verano de ese año, Valle-Inclán, un hombre de carácter fuerte y apasionado, se encontraba en el Café de la Montaña, un lugar de encuentro habitual para los escritores, periodistas y artistas de la época. Era un lugar donde se discutían ideas, se compartían lecturas y, a menudo, se producían acaloradas discusiones. El Café de la Montaña, situado en la planta baja del Grand Hotel de París, en el número 2 de la Puerta del Sol, ocupado actualmente por la tienda de una famosa marca multinacional de telefonía móvil, fue inaugurado unos años antes, el 15 de abril de 1896, por su dueño Martín Lavín Cecín, procedente de Santander.
Aquella tarde, el tema elegido para la tertulia de Valle-Inclán era el presunto duelo entre dos jóvenes: el dibujante portugués Leal da Cámara y el joven andaluz López del Castillo. Ambos se encontraban discutiendo sobre quién tenía más valor, si los españoles o los portugueses, y en el calor de la querella habían decidido batirse en duelo, una costumbre muy habitual en una España obsesionada por el honor.
Como no podía ser de otro modo si hablamos de orgullo patrio, se suscitó un acalorado debate y el periodista Manuel Bueno irrumpió con una advertencia para los presentes: Leal da Cámara no podía batirse en duelo porque no tenía aún la edad reglamentaria. Valle-Inclán, viendo que le aguaban la tertulia, se levantó muy enfadado gritando: “¿Y usted qué entiende de eso, majadero?” Acto seguido, agarró una botella de agua, otros señalan que era una jarra, e hizo ademán de golpear con ella al periodista. Bueno se defendió propinando a Valle un bastonazo en la muñeca, con tan mala fortuna que el gemelo de la camisa que llevaba el escritor se clavó en la carne.

El 24 de julio de 1899, un miércoles cualquiera del verano de ese año, Ramón María del Valle-Inclán, un hombre de carácter fuerte y apasionado, se encontraba en el Café de la Montaña en la Puerta del Sol de Madrid.
Fuente: B.N.E. (1896) Interior del Café de la Montaña.
La gangrena y la amputación
La herida, aunque aparentemente menor, se infectó. Valle-Inclán tardó varios días en visitar al médico y, cuando finalmente lo hizo, la situación era irremediable. La infección se había extendido y derivado en una gangrena. El médico y cirujano Manuel Barragán y Bonet le amputó el brazo el 12 de agosto de 1899.
Durante la amputación, don Ramón permaneció muy sereno, fumándose un puro. Cuando acabó, el doctor le preguntó cómo se encontraba, a lo que Valle respondió: “Me duele mucho el brazo”, señalando el inexistente miembro. Tras conocerse el hecho, varios escritores organizaron el 19 de diciembre de ese mismo año una sesión benéfica en el Teatro Lara con el estreno con el estreno de su obra Cenizas: Drama en tres actos y, con la recaudación, le compraron un brazo ortopédico. Sin embargo, Valle-Inclán no llegó a ponérselo, ya que no le gustaba llevar nada artificial.
La reconciliación y las consecuencias
A pesar del violento altercado, Valle-Inclán no guardó rencor a Manuel Bueno. En un gesto que demostraba su ausencia de rencor y posiblemente arrepentimiento por la explosión de violencia, hizo llamar al periodista y le dijo: “Mire, Bueno, lo pasado, pasado está. He perdido un brazo, pero aún me queda este otro para estrechar su mano”. Este gesto no solo mostró la grandeza de su carácter, sino que también puso fin a la polémica que había dividido a las tertulias de Madrid entre los partidarios de Valle-Inclán y los de Manuel Bueno.
Tiempo después, la literatura de Valle-Inclán adoptó una actitud aún más desafiante y provocadora. Su obra se volvió más crítica e incisiva. Se le atribuye la creación del esperpento, un género literario que deforma la realidad para subrayar su aspecto más grotesco y absurdo. Obras como Luces de Bohemia reflejan esta visión desencantada y crítica de la sociedad española, una visión en la que seguramente influyó su propia experiencia personal de sufrimiento y pérdida.
La leyenda del estofado y otras anécdotas
A pesar de que el autor no tardó en hacer las paces con Bueno, la amputación del brazo izquierdo de Valle-Inclán dio lugar a numerosas leyendas e historias inventadas por el propio escritor y por sus contemporáneos. De hecho, Valle-Inclán solía bromear sobre el suceso. Cuando alguien, ignorante de lo que había ocurrido en el Café de la Montaña, le preguntaba sobre el motivo por el que perdió su brazo, solía contar una de las anécdotas más famosas de las muchas que llegó a inventarse.
Ante dicha pregunta, el escritor solía responder: “Un día, mi criado vino a decirme que no había nada en la despensa para hacer la comida. Entonces le dije: ‘Corta este brazo y mételo en el horno’. Así lo perdí”. Esta fantástica narración, junto a otras contadas por sus colegas Ramón Gómez de la Serna y Pío Baroja, como haber perdido el brazo luchando contra un león o un bandido mexicano, contribuyó a alimentar su mito y reforzar su imagen de hombre excéntrico y de espíritu indomable.
Paralelismos con otros escritores
El incidente que llevó a la amputación del brazo de Valle-Inclán no es único en la historia literaria. Otros escritores también han sufrido accidentes o enfermedades que marcaron sus vidas y sus obras. Uno de los casos más célebres es el de Miguel de Cervantes, autor de «El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha». Cervantes perdió el uso de su mano izquierda en la batalla de Lepanto en 1571, lo que le valió el apodo de «el manco de Lepanto».
Si bien no llegaron a amputarle el brazo, como si ocurrió en el caso de Valle-Inclán, no pudo volver a utilizarlo nunca más. Aun así, esta discapacidad no le impidió convertirse en uno de los más grandes escritores de la literatura universal. En el caso del autor gallego, la ausencia del miembro no hizo sino reforzar la imagen pretendida y su ánimo irónico y burlón.
Otro ejemplo es el de Lord Byron, el poeta romántico inglés, que nació con una deformidad en su pie derecho. Aunque su discapacidad física fue una fuente de sufrimiento personal, también contribuyó a su carácter rebelde y a la intensidad emocional de su poesía. El único lamento de Valle-Inclán respecto a la pérdida de su brazo fue debido a la imposibilidad de abrazar a su hijo una vez que este falleció. «La única vez que me ha hecho falta el brazo izquierdo fue cuando se murió mi hijo el mayor. […] Hubiese querido abrazarle fuertemente contra mi pecho, pero no pude», llegó a decir en una entrevista.
El Legado de Valle-Inclán
La amputación del brazo izquierdo de Valle-Inclán no solo marcó un antes y un después en su vida personal, sino también en su carrera literaria. Su imagen se convirtió en un símbolo de la resistencia y la creatividad frente a la adversidad. Valle-Inclán siguió escribiendo con la misma pasión y entrega, dejando una obra vasta y diversa que incluye teatro, novela, poesía y ensayo.
Entre sus obras más destacadas se encuentran la trilogía Comedias bárbaras, Divinas palabras, Tirano Banderas y, por supuesto, Luces de Bohemia, donde su visión crítica de la sociedad y su estilo esperpéntico alcanzan su máxima expresión. Valle-Inclán falleció en 1936, pero su legado perdura. Su vida y obra siguen siendo objeto de estudio y admiración, y su figura sigue fascinando a generaciones de lectores y estudiosos.
La historia de cómo Valle-Inclán perdió su brazo izquierdo es más que una simple anécdota; es una ventana a la vida de un hombre extraordinario cuya pasión por la literatura y su carácter indomable lo convirtieron en una de las figuras más importantes de la cultura española. Su experiencia personal de sufrimiento y superación se refleja en su obra, enriqueciendo la literatura con una perspectiva única y profundamente humana.
En una época donde la adversidad y la creatividad a menudo se encuentran, Valle-Inclán nos recuerda que, incluso en los momentos más oscuros, la fuerza del espíritu humano puede transformar la tragedia en arte y dejar una huella imborrable en la historia.
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Jaime de Oro
Historiador y periodista