Eloy Gonzalo: el héroe olvidado del Madrid castizo

Imagina esto: has hecho algo tan épico que hasta los periódicos de la época te llaman héroe. Y, aun así, terminas siendo más famoso como estatua que como persona. Pues algo así le pasó a Eloy Gonzalo, ese soldado de nombre casi desconocido, pero cuya figura se alza en plena plaza de Cascorro, en el corazón del Rastro madrileño.

Eloy no tuvo una vida fácil. Bueno, ni fácil, ni normal, ni nada parecido. Fue un hombre que, literalmente, lo perdió todo para luego ganarse un pedazo de historia. Su vida tiene de todo: abandono, injusticias, hazañas de película y, como buen héroe romántico, un final trágico. Vamos, digno de Netflix.

De la inclusa al ejército: los primeros capítulos de una vida dura

La historia de Eloy Gonzalo empieza en Malaguilla, un pequeño pueblo de Guadalajara, donde nació en 1868. Aunque «nacer» es casi lo único que hizo allí, porque a los pocos días lo dejaron en la inclusa de la calle Mesón de Paredes, en Madrid. Sí, Eloy empezó su vida siendo abandonado. Pero espera, que esto no es lo peor: lo recogió una pareja que, lejos de ser unos buenos samaritanos, lo hicieron porque la ley ofrecía una pensión de 60 reales por criar a niños abandonados. Así que, más que un hijo, era una especie de «ayuda económica» para ellos.

Y, claro, cuando el gobierno dejó de pagar la pensión, la pareja también dejó de interesarse por Eloy. Con solo 11 años, volvió a estar solo en el mundo, sobreviviendo como podía. Trabajó de todo: albañil, labrador, carpintero, barbero… Lo que se te ocurra. Sin embargo, a los 21 años, cansado de esa vida, decidió alistarse en el ejército. Quizá pensó que ahí encontraría la familia que nunca tuvo. Pero no nos adelantemos… porque ya sabes cómo termina esto.

El escándalo: un triángulo amoroso y la cárcel

En el ejército, las cosas tampoco fueron fáciles. Eloy tenía carácter, pero también principios. Un día pilló a su teniente con su novia (sí, su superior estaba teniendo un «asuntillo» con su amada). Y, claro, como buen hombre de acción, Eloy no se quedó de brazos cruzados. Cogió un arma y amenazó al oficial. Mala idea, porque eso le valió 12 años de prisión militar en Valladolid.

Y ahí estaba, encerrado, cuando le llegó su primera «gran oportunidad». Resulta que la Guerra de Cuba estaba en pleno apogeo, y el gobierno español andaba desesperado. Tan desesperado que decidió indultar a todos los militares encarcelados… con una condición: que se ofrecieran voluntarios para luchar en Cuba. Eloy no se lo pensó dos veces. Firmó, le dieron un uniforme y, en un abrir y cerrar de ojos, estaba camino a la isla.

La Guerra de Cuba y la hazaña de Cascorro

Una vez en Cuba, la cosa se puso seria. Imagina la situación: calor sofocante, mosquitos que parecían drones asesinos, y una resistencia cubana (los famosos «mambises») que luchaba con todo por su independencia. En medio de este caos, Eloy y sus compañeros estaban destinados a Cascorro, un pequeño pueblo que, en octubre de 1896, se convirtió en el epicentro de una batalla épica.

Cercados por los independentistas durante más de 15 días, sin comida, sin municiones y con pocas esperanzas, los soldados españoles estaban al borde del colapso. Pero Eloy tenía claro que no iba a quedarse de brazos cruzados esperando la muerte. Cuando el capitán Neila pidió voluntarios para destruir el fuerte enemigo (donde los mambises los masacraban), nuestro hombre dio un paso al frente. Y lo hizo con estilo.

Con una lata de petróleo en una mano, una antorcha en la otra, un fusil al hombro y una soga atada a la cintura (para que pudieran recuperar su cadáver si moría), Eloy salió al campo enemigo. Su misión: incendiar el fortín. Imagina la escena: un soldado solo, corriendo entre disparos, con el fuego y el humo como telón de fondo. Si esto no te suena a película, no sé qué lo hará.

Contra todo pronóstico, Eloy logró su objetivo y volvió con vida. Su hazaña permitió a los soldados españoles resistir y mantener el control del pueblo. Desde ese momento, Eloy Gonzalo se convirtió en un héroe. Bueno, al menos sobre el papel.

Voluntarios de la Guerra de Cuba poco antes de embarcar hacia la isla.

Gloria efímera y un final inesperado

Tras su acto de valentía, la prensa española no tardó en hacer eco de la hazaña. El periódico El Imparcial lo llamó «un ejemplo de valor y abnegación sobrehumana». Pero, como dice el refrán, «nadie es profeta en su tierra». Aunque la gloria parecía esperarlo en España, Eloy nunca regresó. No fue una bala la que lo detuvo, sino las enfermedades tropicales que arrasaban las filas españolas. En 1897, un año después de su heroica acción, Eloy Gonzalo murió en Cuba, solo y lejos de casa.

Su cuerpo fue repatriado a España, donde recibió un entierro en el Cementerio de la Almudena, dedicado a los caídos de las guerras en Cuba y Filipinas. Y ahí terminó su historia. Bueno, más o menos.

De héroe a estatua: un madrileño más en el Rastro

Aunque Eloy no volvió en vida, su legado quedó grabado en la memoria de Madrid. En 1902, el Ayuntamiento y el gobierno decidieron homenajearlo con una estatua en la plaza de Cascorro, obra del escultor Aniceto Marinas. ¿Por qué aquí? Porque no hay lugar más castizo que el Rastro, un sitio que combina la vida animada y el espíritu de lucha que definieron a Eloy.

Desde entonces, su estatua ha sido testigo de los cambios del barrio: los puestos del Rastro, las historias de los vecinos, y hasta las celebraciones espontáneas. Es casi como si Eloy hubiera encontrado finalmente su lugar en el mundo.

¿Quién era realmente Eloy Gonzalo?

Más allá de la estatua y la historia oficial, Eloy Gonzalo simboliza mucho más que una hazaña militar. Es la representación del héroe romántico: alguien que, a pesar de las adversidades, se mantiene fiel a sus principios. Fue un hombre que, aunque sufrió el abandono en carne propia, encontró en su última misión una forma de trascender.

Por eso, su figura sigue siendo importante. No solo es un homenaje a los soldados que lucharon en Cuba, sino también un recordatorio de la resiliencia, el valor y la capacidad humana de superarse.

¿Y si Eloy pudiera elegir?

Si Eloy Gonzalo hubiera tenido la oportunidad de decidir dónde colocar su estatua, seguramente habría elegido la plaza de Cascorro. Porque, después de todo, ¿qué mejor lugar que un barrio lleno de vida, contrastes y carácter? Allí, entre los tenderos del Rastro, los turistas curiosos y los vecinos de siempre, Eloy se ha convertido en parte del alma del barrio.

Así que la próxima vez que pasees por el Rastro, levanta la vista y saluda a Eloy. Quizá no lo conozcas en detalle, pero ahora sabes que ese hombre de bronce fue mucho más que una estatua. Fue un huérfano, un soldado, un hombre valiente… y, sobre todo, un héroe que, aunque olvidado por muchos, sigue presente en el corazón de Madrid.

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