Madrid, primavera de 1900. Los paseos del Retiro se llenaban de vida con la llegada de los primeros días soleados del año. Sin embargo, ese marzo ocurrió algo fuera de lo común que desató la curiosidad y el entusiasmo de los madrileños. Los visitantes del parque no solo podían disfrutar de sus árboles, fuentes y de la Casa de Fieras, con sus tigres, monos y osos, sino que también podían «admirar» algo que nunca antes habían visto: un «poblado esquimal» montado en pleno parque.
Un grupo de inuit de la península del Labrador, en Canadá, fue traído a Madrid para ser exhibido en los Jardines de Recreo. Durante casi dos meses, del 10 de marzo al 28 de abril de 1900, hombres, mujeres y niños recrearon su forma de vida en el Ártico, con danzas, demostraciones de caza, regatas en kayak y confección de herramientas. Los madrileños, fascinados, acudieron en masa para presenciar un espectáculo que se anunciaba como único.
Lo que pocos sabían entonces, y que hoy nos resulta difícil de procesar, es que este espectáculo era parte de una tendencia llamada “zoológicos humanos”, donde las personas indígenas eran tratadas como si fueran atracciones de feria.
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Una ventana al Ártico (o eso decían)
La idea detrás del «poblado esquimal» era mostrar cómo vivían los inuit en su frío hogar del norte. Para ello, los Jardines de Recreo del Retiro se transformaron en una especie de aldea ártica, con cabañas hechas de pieles y huesos de ballena. Los inuit, vestidos con ropa de reno y foca, realizaban actividades cotidianas como tallar utensilios, curtir pieles y cocinar.
Pero el verdadero gancho eran las actividades más vistosas, como las regatas en kayak y las danzas guerreras. También organizaban competiciones de trineos tirados por perros, y los ganadores recibían premios como tartas de foie gras, dulces y tabaco, que fumaban con entusiasmo. En los carteles publicitarios se anunciaba incluso un evento especial: «De 3 a 4, comida de los esquimales de pescado y carnes crudas. A las 11:30 y a las 5, comida de los perros».
El espectáculo se promocionaba como una experiencia educativa, pero en realidad se centraba en la curiosidad y el morbo de ver a personas de culturas distintas haciendo cosas que parecían «exóticas».
El boom de los zoológicos humanos
Para entender por qué algo así tuvo tanto éxito, hay que mirar al contexto histórico. Entre finales del siglo XIX y principios del XX, Europa y América vivían el auge del colonialismo y una fascinación por la «otredad». Los zoológicos humanos, que combinaban elementos de feria, espectáculo y pseudoeducación, se popularizaron tras la Exposición Universal de Londres de 1851.
La idea era mostrar los logros industriales de las potencias coloniales mientras se exhibía a pueblos indígenas como ejemplos de cómo vivían las personas en los “rincones atrasados” del mundo. Esto reforzaba la creencia de que las culturas occidentales eran superiores y que su avance justificaba la dominación de otros pueblos.
España no fue la excepción. En 1887, la Exposición General de las Islas Filipinas trajo a Madrid a 42 indígenas filipinos, que fueron exhibidos en el Palacio de Cristal junto a búfalos de agua y objetos típicos de sus regiones. En 1897, un grupo de ashantis africanos fue mostrado en el Museo de Historia Natural, también en el Retiro.
«España no fue la excepción. En 1887, la Exposición General de las Islas Filipinas trajo a Madrid a 42 indígenas filipinos, que fueron exhibidos en el Palacio de Cristal junto a búfalos de agua y objetos típicos de sus regiones.»
¿Quién organizó este espectáculo?
El responsable del «poblado esquimal» fue José Jiménez Laynez, un empresario con una reputación cuestionable. Alquiló los Jardines de Recreo para montar este espectáculo, y los inuit que participaron fueron reclutados por la Compañía de la Bahía de Hudson, una empresa dedicada al comercio de pieles en el Ártico canadiense.
Los inuit que llegaron a Madrid eran en su mayoría de la península del Labrador, una región extremadamente dura donde las condiciones de vida ya eran difíciles a finales del siglo XIX. Las epidemias, la sobrepesca y la llegada de las compañías occidentales estaban empobreciendo a las comunidades inuit, que se veían obligadas a aceptar cualquier oportunidad, por extraña que fuera, para sobrevivir.
En teoría, este viaje era una oportunidad para ganar dinero. Pero la realidad era mucho más oscura.
Entre fascinación y rumores
A pesar del éxito del espectáculo, no todo el mundo estaba convencido de su autenticidad. Algunos madrileños empezaron a sospechar que los inuit no eran tan “salvajes” como decían los carteles. Surgió el rumor de que en realidad eran actores disfrazados, e incluso se especuló que todo era una campaña publicitaria de las compañías tabacaleras para vender cigarrillos.
La prensa de la época también recogió algunas curiosidades. Según el diario La Época, los inuit se quejaban “aullando” del calor madrileño, aunque para ellos este clima templado era más soportable que el frío extremo de su tierra natal. Una anécdota muy comentada fue la de una mujer inuit llamada Aulanu-ike, que dio a luz a una niña durante su estancia en Madrid. La pequeña fue llamada Inuksiak, que significa “siempre alegre”.
Hasta Emilia Pardo Bazán dedicó un artículo a estos peculiares visitantes, destacando la fascinación que habían despertado en la sociedad madrileña.
«Hasta Emilia Pardo Bazán dedicó un artículo a estos peculiares visitantes, destacando la fascinación que habían despertado en la sociedad madrileña.«
El trágico final
Cuando el espectáculo terminó en abril de 1900, el grupo de inuit continuó su gira por Europa. Fueron trasladados a París, luego a Ginebra y, finalmente, a Argelia, bajo el dominio colonial francés. Desde allí, viajaron a Estados Unidos.
Pero para muchos, este viaje fue el principio del fin. Las malas condiciones de vida, las enfermedades y el trato degradante pasaron factura. Cuando finalmente regresaron a su hogar en 1903, solo quedaban seis de ellos. Llegaron enfermos, empobrecidos y marcados por la humillación.
Uno de los inuit, que participó en una exhibición similar en Chicago en 1893, resumió el sentimiento de muchos al regresar a su tierra: “Estamos contentos de haber vuelto a la libertad y de no estar más expuestos como si fuéramos animales. Nunca más volveremos”.
Reflexión
Hoy en día, mirar atrás a eventos como el “poblado esquimal” del Retiro nos genera asombro y rechazo. ¿Cómo pudo ser aceptable tratar a personas como atracciones de feria? La respuesta está en el contexto histórico, pero eso no quita lo profundamente injusto que fue para quienes lo vivieron.
El caso de los inuit en Madrid no fue único, pero es un ejemplo que nos recuerda cómo la curiosidad por lo desconocido puede volverse insensible y cruel cuando se antepone al respeto por la dignidad humana. Aunque han pasado más de 120 años, este episodio sigue siendo una lección sobre la importancia de valorar y respetar a todas las culturas, no como espectáculos, sino como parte de la riqueza y diversidad de nuestro mundo.