Felipe IV. Sobre prostitutas y embajadores “infieles y de mal vivir”

En nuestra entrada de hoy viajamos hasta el reinado de Felipe IV, un monarca que se caracterizó por una sensualidad desenfrenada y una relajación en las costumbres de la nobleza; un rey, que reinó desde la adolescencia, y bien conocido por sus breves amoríos con mujeres de toda clase y condición.

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Y comenzamos con esta breve introducción de sus disolutos hábitos, ya que, a pesar de los mismos, provocó un episodio en nuestra ciudad que da muestra de la contradicción de sus decisiones, o quizá, digámoslo así, de lo paradójico de éstas.

El embajador turco

Corría el año de nuestro Señor del 1649 cuando el bajá de El Cairo, Hamete Aga Mustafarac, llegó a Valencia en un caluroso mes de agosto, en calidad de embajador del Sultán del Imperio Otomano. El 15 de septiembre hizo entrada en Madrid donde fue recibido por el mismo Felipe IV en el Alcázar –antigua y regia residencia, ubicada en los terrenos del actual Palacio Real-. Antonio de León Pinelo, historiador de la época nos relata: “Entró el embajador haciendo tres inclinaciones profundas cruzadas las manos en el pecho, tocando con la derecha el suelo, el turbante y la boca cerca de la tarima (y) se inclinó tanto que besó la grada”

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El 15 de septiembre hizo entrada en Madrid donde fue recibido por el mismo Felipe IV en el Alcázar

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El turco embajador y su séquito, fueron instalados en las casas de Don Rodrigo de Herrera, muy próximo a  Alcalá y en una calle que, a partir de ese momento y por este motivo, fue conocida durante un largo período de tiempo como la “del Turco” – en la actualidad Marqués de Cubas y conocida, sobre todo, por el asesinato del general Juan Prim en 1870-. En esta casa fue acomodado en “diez piezas con tres doseles y bastante grandeza”.

El rey se escandaliza

En un documento de junio de 1650 del libro de la Sala de Alcaldes de Casa y Corte del Consejo de Castilla, y de acuerdo a los escritos del ilustre historiador Manuel Espadas Burgos,  el rey Habsburgo se mostró particularmente escandalizado no solo por una “inoportuna” visita a las monjas de las Comendadoras de la Orden de Calatrava -dada la condición de “infiel” del embajador-, sino, sobre todo, por la vida licenciosa a que se entregaron el bajá y los miembros de su séquito con las prostitutas de Madrid.

La causa que provocó el sonado escándalo no fue la prostitución en sí misma, sino el lamentable y desafortunado hecho de que fueran unos musulmanes los que mantuvieran relaciones con mujeres cristianas. De acuerdo al pensamiento de la época, y en palabras del historiador, se trataba más de “un pecado contra la fe que contra la honestidad”.

Felipe IV ordena

Será el propio Felipe IV el que se expresará en un texto, haciendo alusión al tema en cuestión, en el que se recordará que a principios de 1650, había ordenado a los alcaldes de Casa y Corte que “estuviesen con sumo cuidado de rondar la calle y casa del embajador turco por la noticia con que me hallaba de los excesos y pecados que en ella se cometían procedidos de la libertad y desenvoltura del comercio con los moros de algunas mujeres cristianas que en ella tenían entrada”. Igualmente, el monarca –y como muestra de firmeza y de buen facer justiciero solicitó que a la primera mujer “que se viniese a las manos, de las que causaban el escándalo”, se le aplicase “severa demostración azotándola públicamente”.

Felipe IV continúa con su demostración de justicia, dictando que “El descuido que en esto se ha tenido ha sido de manera que ha dado licencia a multiplicarse con la tolerancia los excesos que pudieran haberse remediado al principio con el escarmiento de un castigo”, y por ello ordenaba  que se mantuviera la alerta en la casa del embajador y que “cualquier mujer que entrase en ella se prenda y se haga demostración rigurosa que pide tan enorme maldad”.

Un paso más

Más adelante, y ya sentado el justiciero precedente, el rey fue un paso más allá incluyendo en sus órdenes a los cuerpos diplomáticos de otras embajadas que, por su condición de “infieles” o de “herejes”, eran más propensos a caer en pecado de lujuria.  Para más detalle, el monarca ordenó el cierre de una casa de la calle de Alcalá y el traslado a “otra parte” de un lugar conocido como las Tabernillas de Parla, “adonde todas las noches se juntan quince o dieciséis mujeres y gran cantidad de hombres de las casas de este embajador turco, de los de Inglaterra y otras de mal vivir (sic) y se cometen graves excesos y escándalos y ofensas a Dios”.

Y es que, amigos de MAD Experiencias, hay ciertas costumbres que no se han de permitir o, por lo menos, que no sean muy visibles, según Felipe IV.

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