Cuando paseamos por la Plaza de Oriente en Madrid, es imposible no detenerse a admirar la majestuosa estatua ecuestre de Felipe IV, un verdadero icono que tiene más historia de lo que podría parecer a simple vista. Esta obra no solo es una de las joyas artísticas y técnicas de su época, sino también un testimonio del poder y la influencia que el monarca quiso dejar como legado. Pero, ¿qué hace tan especial a esta escultura? Acompáñanos a descubrir los secretos y curiosidades que rodean a esta obra de arte.
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La inspiración: Felipe IV y su afán de grandeza
La idea de esta estatua partió del propio Felipe IV, quien deseaba una escultura ecuestre que rivalizara con la de su padre, Felipe III, ubicada en la Plaza Mayor de Madrid. El monarca, gran amante del arte y mecenas de artistas como Velázquez, quería una obra que representara su autoridad y magnificencia. Para ello, se inspiró en un retrato pintado por Rubens hacia 1628, hoy perdido, pero conocido gracias a una copia anónima. Este retrato se convirtió en la base para que el escultor Pietro Tacca pudiera llevar a cabo la estatua.
Un trabajo de equipo: artistas y genios tras la obra
El encargo recayó en el escultor toscano Pietro Tacca, quien no escatimó en rodearse de los mejores colaboradores. Para lograr un retrato fiel del monarca, Tacca contó con un diseño de Diego Velázquez, realizado para el Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro, y con un busto esculpido por Juan Martínez Montañés, uno de los grandes escultores españoles de la época. Pero lo más sorprendente es que la realización de la estatua también implicó a una figura inesperada: Galileo Galilei.

«Pero lo más sorprendente es que la realización de la estatua también implicó a una figura inesperada: Galileo Galilei.«
La intervención de Galileo: ciencia y arte de la mano
La estatua de Felipe IV es conocida por ser la primera escultura ecuestre en la que el caballo se sostiene solo sobre sus patas traseras, un logro impresionante para la época. Esta hazaña técnica fue posible gracias al asesoramiento de Galileo Galilei, quien ayudó a Pietro Tacca con cálculos físicos y estructurales. El sabio italiano recomendó que la parte trasera del caballo fuera maciza, mientras que la delantera se hiciera hueca, para equilibrar el peso y evitar que la estatua colapsara. Este ingenioso diseño permitió crear una obra que combinaba arte y ciencia de manera magistral.
Los primeros pasos: su emplazamiento original
La estatua fue terminada en 1640 y colocada por primera vez en 1642 frente al Jardín de la Reina, un espacio del Palacio del Buen Retiro. Este lugar no solo servía como decoración, sino también como punto de venta de frutas y verduras procedentes de las huertas del Retiro. Sin embargo, durante la regencia de Mariana de Austria, la estatua fue trasladada a un lugar más destacado: la fachada sur del antiguo Alcázar de Madrid, donde coronaba el frontispicio sobre la puerta principal.
Un regreso a sus orígenes
En abril de 1677, el rey Carlos II decidió devolver la estatua a su emplazamiento original en el Palacio del Buen Retiro. Sin embargo, la historia de los traslados de esta escultura no terminaría aquí. A lo largo de los siglos, la estatua sufriría nuevos cambios de ubicación, reflejo de los vaivenes políticos y urbanísticos de la ciudad.
La Plaza de Oriente: su hogar definitivo
En 1843, durante el reinado de Isabel II, la estatua fue llevada a la recién creada Plaza de Oriente, donde se encuentra actualmente. Este traslado fue parte de un proyecto más amplio para embellecer la ciudad y darle un aire monumental. La escultura fue colocada de espaldas al Palacio Real y sobre un pedestal diseñado por los escultores de cámara Francisco Elías Vallejo y José Tomás. El conjunto incluía figuras alegóricas, relieves que representaban episodios de la vida del monarca y dos fuentes decorativas. La inauguración oficial del monumento tuvo lugar en 1843, un año antes de que Narciso Pascual y Colomer diseñara el trazado definitivo de la plaza.
Un icono inmortal
Hoy en día, la estatua de Felipe IV sigue siendo uno de los puntos más fotografiados y admirados de Madrid. Más allá de su belleza estética, esta obra representa la unión de arte, ciencia e historia, así como el legado de un monarca que quiso dejar su huella en la capital española. Al contemplarla, no solo estamos viendo una escultura; estamos conectando con siglos de tradición y creatividad humana. Así que, la próxima vez que pasees por la Plaza de Oriente, dedica unos minutos a admirar esta obra maestra y recuerda la fascinante historia que encierra. ¡Te sorprenderá todo lo que puede contar una estatua!
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