La Plaza Mayor de Madrid es uno de esos lugares icónicos que respiran historia. Sus arcos, sus balcones, su estatua de Felipe III vigilando todo con majestuosa indiferencia… Todo en ella nos habla de siglos de vida madrileña. Pero, ¿sabías que estuvo a punto de convertirse en algo completamente diferente? Imagina pasear por la plaza, pero en lugar del cielo azul sobre tu cabeza, hay una cúpula de cristal que encierra un exuberante jardín tropical con naranjos, laureles, fuentes y luces doradas iluminando el espacio. No, no es el argumento de una novela de Julio Verne ni de una película steampunk. Y por increíble que parezca, esto casi ocurre en el Madrid del siglo XIX.
Es la historia de Carlos de Villedenil, un empresario con más ambición que sentido práctico, que ideó uno de los proyectos más extravagantes jamás concebidos para la capital: privatizar la Plaza Mayor, cubrirla con una gigantesca cúpula de hierro y cristal, y convertirla en un invernadero tropical que él mismo gestionaría. Por suerte para nosotros, no lo consiguió, pero la historia de este intento es tan fascinante como disparatada.
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Un visionario con intereses poco altruistas
Carlos de Villedenil era un personaje peculiar. Se presentaba como «ingeniero civil vecino de París», pero detrás de esa fachada se escondía un empresario astuto con negocios en minería, líneas ferroviarias y transformación de materias primas. Aunque tenía residencia en Madrid, sus raíces e intereses lo conectaban más con el mundo de los negocios internacionales que con el urbanismo madrileño.
En diciembre de 1860, este hombre decidió que había llegado el momento de dejar su huella en la ciudad. ¿Su plan? Cubrir la Plaza Mayor con una cúpula monumental de hierro y cristal, creando un espacio cerrado que funcionaría como un jardín tropical, abierto al público, pero bajo su control. Según él, esta idea no solo embellecería Madrid, sino que también atraería turismo y aumentaría el valor de las propiedades circundantes.
Pero, como veremos, las verdaderas intenciones de Villedenil no eran tan desinteresadas como quería hacer creer.
La carta al duque de Sesto
El primer paso de Villedenil fue escribir al duque de Sesto, entonces alcalde de Madrid, el 11 de diciembre de 1860. En esta carta, preguntaba por las corridas de toros que todavía se celebraban en la Plaza Mayor y sugería que su proyecto sería una manera de modernizar el espacio y darle un uso más «noble».
La idea inicial era simple: construir la cúpula a su costa e instalar un invernadero que sería «gratis y público» para los madrileños. Pero lo que parecía un gesto altruista escondía una lista de condiciones que harían que cualquiera se llevase las manos a la cabeza.
Una cúpula monumental… e inviable
El diseño de la cúpula, según los detalles que presentó Villedenil, era impresionante. Imaginaba una estructura colosal de hierro colado y cristal que cubriría toda la plaza, partiendo de los arcos de los portales y elevándose sobre la estatua ecuestre de Felipe III. En su interior, prometía una exuberancia de naranjos, laureles, flores y fuentes, todo ello iluminado por más de 100 luces de gas con detalles dorados.
Para mantener la temperatura fresca en verano, los cristales estarían decorados con vidrios blancos, y el ambiente tropical haría de la Plaza Mayor un lugar único en Europa.
Sin embargo, el proyecto tenía problemas evidentes. Para empezar, nadie sabía cómo iba a soportar semejante peso una estructura construida sobre arcos que ya sostenían tres pisos de viviendas. Además, la idea de insertar una cúpula semicircular en una plaza rectangular planteaba serios desafíos arquitectónicos. Pero estos detalles técnicos no parecían preocupar demasiado a Villedenil.
Las condiciones de Villedenil
El verdadero problema no era tanto la viabilidad del proyecto como las condiciones que Villedenil exigía al Ayuntamiento para llevarlo a cabo.
Para empezar, pedía el derecho exclusivo de explotar la Plaza Mayor durante 30 años. Esto incluía cobrar por cada puesto del mercado navideño, por cada banco o silla que se usara, y por cada evento o fiesta que se celebrara en el espacio. Además, exigía que se le permitiera organizar doce fiestas anuales «cuando mejor le favorezca», cobrando cuatro reales por entrada.
Pero la cosa no terminaba ahí. También pedía la exención total de impuestos… ¡a perpetuidad! Esto significaba que no pagaría tasas municipales por ninguno de los beneficios que obtuviera del proyecto. Y, por si fuera poco, quería que el Ayuntamiento se hiciera cargo de todos los gastos de limpieza, seguridad y mantenimiento de la plaza.
En resumen, Villedenil quería quedarse con todos los beneficios sin asumir ni un solo riesgo.

El primer rechazo
El duque de Sesto y los responsables municipales no tardaron en darse cuenta de que el proyecto era una trampa. Aunque el plan pasó al negociado de Obras, la respuesta inicial fue el silencio, quizás porque no sabían cómo abordar una propuesta tan descabellada.
Impaciente por obtener una respuesta, Villedenil escribió una segunda carta el 23 de diciembre de 1860, esta vez mucho más detallada. En ella, intentó seducir al Ayuntamiento con descripciones más elaboradas de la cúpula y del invernadero.
Un último intento desesperado
Cuando quedó claro que su propuesta no tenía buena acogida, Villedenil no se rindió. En marzo de 1861, presentó una versión revisada de su proyecto, en la que renunciaba a algunas de sus condiciones más polémicas. Por ejemplo, ya no pedía la tasa a los propietarios de los edificios circundantes y prometía donar a la beneficencia los beneficios de 60 fiestas al año en lugar de 12.
También ajustó el diseño de la cúpula, asegurando que arrancaría del tercer piso de los edificios de la plaza para no interferir con la estructura de los arcos. Según él, esto proporcionaría a los vecinos unas vistas privilegiadas al invernadero, aunque también implicaba un aumento considerable del ruido y la actividad en la zona.
A pesar de estos cambios, el Ayuntamiento no se dejó convencer. En marzo de 1861, las comisiones de Obras y Hacienda rechazaron el proyecto de forma definitiva, alegando que no ofrecía beneficios suficientes para los madrileños y que las condiciones seguían siendo inaceptables.
¿Qué habría pasado si el proyecto hubiera salido adelante?
Es difícil imaginar cómo habría cambiado Madrid si la Plaza Mayor se hubiera transformado en un invernadero privado. Por un lado, podría haber sido una atracción turística única en Europa, pero, por otro, habría perdido su carácter histórico y su papel como espacio público.
Además, las condiciones de Villedenil habrían creado un precedente peligroso, permitiendo la privatización de uno de los lugares más emblemáticos de la ciudad.

Una Plaza Mayor con historia intacta
Por suerte, el proyecto de Villedenil nunca se materializó. Hoy, la Plaza Mayor sigue siendo uno de los espacios públicos más importantes de Madrid, con su arquitectura histórica intacta y su vida cotidiana vibrante.
Cada vez que pases por la plaza, piensa en lo cerca que estuvo de convertirse en un jardín tropical privado. Y da gracias a las autoridades de la época por haber rechazado un proyecto que habría cambiado para siempre el rostro de Madrid.
La Plaza Mayor sigue siendo de todos, y Felipe III, desde su estatua, parece vigilar que así continúe.
