En la mítica ciudad de Samarcanda, situada en la lejana Uzbekistán, existe un barrio con un nombre sorprendente: Madrid. Aunque parezca una coincidencia, este hecho tiene un origen histórico fascinante que nos remonta a la Edad Media, cuando el Gran Tamerlán dominaba un vasto imperio en Asia Central. Esta denominación no es fruto del azar, sino un homenaje al lugar de nacimiento de un ilustre viajero madrileño: Ruy González de Clavijo, una figura casi olvidada por muchos pero que, sin duda, merece ser recordada.
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Enrique III y la amenaza del imperio otomano
Enrique III de Trastámara gobernaba Castilla en una época convulsa. Su reinado estuvo marcado por la amenaza creciente del imperio otomano, que avanzaba imparable por los Balcanes y ponía en peligro la ciudad de Constantinopla. Este panorama preocupaba al monarca, que temía que el auge otomano pudiera inspirar a los musulmanes del norte de África a reforzar al reino nazarí de Granada, el último bastión islámico en la península Ibérica.
En este contexto, Enrique III decidió enviar una embajada diplomática al sultán Bayezid I, representada por Hernán Sánchez de Palazuelos y Payo Gómez de Sotomayor. Sin embargo, cuando llegaron a su destino en julio de 1402, se encontraron con una situación inesperada: Bayezid había sido derrotado por el Gran Tamerlán en la batalla de Angora (la actual Ankara). Esto cambió radicalmente los planes de los embajadores, que se dirigieron a Samarcanda, la capital del imperio de Tamerlán, para ofrecerle respeto y buscar alianzas.
El Gran Tamerlán, conocido por su astucia y poder, quedó complacido con la visita de los castellanos y envió de vuelta a su propio emisario, Mohamed al Qazl, para corresponder el gesto y fortalecer los lazos diplomáticos. Entre los presentes que trajeron a Castilla se encontraban dos jóvenes prisioneras otomanas liberadas tras la batalla. Esta primera embajada marcó el inicio de una relación entre ambas potencias y despertó en Enrique III el deseo de enviar una nueva misión diplomática, esta vez liderada por un hombre de su confianza: Ruy González de Clavijo.
Quién era Ruy González de Clavijo
Ruy González de Clavijo, nacido en Madrid, ocupaba el cargo de camarero del rey, un puesto que implicaba cercanía y lealtad al monarca. Aunque su vida había sido hasta entonces bastante ordinaria, todo cambió cuando Enrique III le encargó liderar esta arriesgada expedición a tierras desconocidas. Clavijo vivía en la Plaza de la Paja, donde hoy una placa recuerda su figura, y no podía imaginar que su nombre quedaría ligado para siempre a una de las aventuras más extraordinarias de su tiempo.
El 22 de mayo de 1403, Clavijo partió desde el Puerto de Santa María acompañado por Alfonso Páez de Santa María, un religioso versado en idiomas, y Gómez de Salazar, un guardia real que fallecería en Nishapur antes de llegar a su destino. Su travesía les llevó a recalar en Málaga, Ibiza y Mallorca antes de adentrarse en el Mediterráneo rumbo a tierras tan inhóspitas como fascinantes.

La embajada a Tamorlán
El periplo de Ruy González de Clavijo quedó plasmado en su crónica «Embajada a Tamorlán», un documento que narra con detalle las aventuras vividas por la expedición. El itinerario pasó por Roma, Rodas, Quíos y Constantinopla antes de adentrarse en las actuales Turquía, Irak e Irán. Finalmente, llegaron a la Gran Bukaria (actual Uzbekistán), donde se encontraba Samarcanda.
El 8 de agosto de 1404, Clavijo y su comitiva fueron recibidos por el Gran Tamerlán en una ceremonia espectacular. Los banquetes y los regalos maravillaron al madrileño, que nunca había presenciado semejante despliegue de lujo y opulencia. Durante su estancia, el Gran Tamerlán mostró su aprecio por Enrique III, a quien llamó «su hermano», y decidió rendir homenaje a Clavijo dando el nombre de «Madrid» a una ciudad cercana a Samarcanda.
Durante casi tres meses, Clavijo disfrutó de la hospitalidad del Gran Tamerlán, aunque también presenció cómo el líder asiático abandonaba inesperadamente la capital para dirigir una campaña militar en China. Este hecho marcó el declive del imperio timúrida, ya que Tamerlán falleció durante su marcha, dejando un legado que sus sucesores no pudieron mantener.
El regreso y el legado de Clavijo
El viaje de vuelta a Castilla fue igual de complicado. La expedición sufrió un secuestro en Persia que retrasó su regreso, pero finalmente llegaron a Alcalá de Henares el 24 de marzo de 1406, donde fueron recibidos por Enrique III. Como recompensa por su servicio, Clavijo fue nombrado chambelán y sirvió al rey hasta su muerte en abril de 1412.
Los restos de Ruy González de Clavijo descansan en la Basílica de San Francisco el Grande de Madrid, un lugar que sirve como recordatorio de uno de los madrileños que más lejos llegó. Su obra, «Embajada a Tamorlán», no tiene nada que envidiar al famoso «Libro de las Maravillas» de Marco Polo y ofrece un testimonio único de la cultura y la política de su época.
El barrio de Madrid en Samarcanda
Hoy día, el barrio de Madrid en Samarcanda, conocido por los locales como Motrit, es un testimonio vivo del legado de Clavijo. Una de sus calles lleva el nombre del viajero madrileño, en honor a aquel que se atrevió a cruzar fronteras y culturas. Como dijo Clavijo: «No se puede vivir el alma de las cosas sin acercarte antes a comprenderlas». Este es el legado de un hombre que llevó el nombre de Madrid hasta los confines del mundo conocido.
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