Los oficios perdidos en Madrid: los serenos

-¡Sereno!

– ¡Va!

Estas dos palabras eran algo habitual en las noches madrileñas de hace décadas. Cuando llamabas al sereno, acompañabas la voz con unas cuantas  palmadas para interpelar la figura del “vigilante de la noche”. Porque, para aquellos que no lo sepan, los serenos, durante muchos años, fueron los guardianes nocturnos de las calles de Madrid y de otras muchas ciudades de España. En su origen, algunas de las funciones que tenían, entre otras, era la de activar el alumbrado de la ciudad (por ello, popularmente también eran conocidos como “faroleros”), y hacer “rondas nocturnas” para preservar la seguridad en las calles.

Aparte de todo esto, con el tiempo comenzaron a asumir otras funciones no oficiales, buscando alguna propina, siempre y cuando lo requería la ocasión. Por ejemplo, acompañar a los vecinos a sus viviendas y abrir el portal, ahuyentar a malhechores, avisar a los servicios sanitarios cuando ocurría un accidente o avisar a la policía en caso de necesidad.

El inicio de los serenos

El sereno, podríamos decir, que es una figura que tiene su inicio un siglo antes de la Época Contemporánea y que, poco a poco, va ganando terreno en la ciudad de Madrid para romper con la oscuridad manifiesta que invadía las calles de la ciudad.

Su función principal fue mantener el nuevo alumbrado. Hemos de considerar que desde el reinado de Carlos II, en 1678, a los madrileños se les obligaba a tener faroles en sus balcones, lo que ocasionó muchas protestas por el alto coste de mantenerlos. Tuvieron que transcurrir casi cien años, en abril de 1765, para el rey con su “gracia” librara al vecindario del cuidado de limpiar, encender y conservar los faroles. De este modo creó un servicio pero que solo funcionaba en los crudos inviernos madrileños. A partir de 1774, se extendieron sus labores a todas las noches del año, excepto aquellas que fueran claras y de luna llena.

Durante aquel tiempo, el Ayuntamiento pretendía disponer de un cuerpo municipal de faroleros, pero tardó en poder afrontar la puesta en marcha dado que los vecinos se negaban a pagarlo. Pero, amigos de MAD Experiencias, siempre hay un truco para todo. La solución fue sufragar ese cuerpo a través de la subida de la contribución por el alumbrado, aunque, por lo que cuentan las crónicas populares, los faroleros cobraron siempre poco, mal y tarde.

Consecuencia de la falta de atención del consistorio de la época hacia el cuerpo de faroleros, eran muy habituales las quejas de los propios y de los ciudadanos sobre su labor. De este modo, y ya en el convulso XIX, los encargados de la luz de Madrid fueron a la huelga en 1813, por lo que hubo subir el sueldo durante el reinado de Fernando VII porque frecuentemente desatendían su trabajo arguyendo una dificultad para vivir con sus ganancias.

Si hacemos un inventario de la capacidad de alumbrado de Madrid en 1815, nos encontramos con que estaba formado por 4528 faroles en los diez cuarteles de la ciudad. En el barrio de Maravillas disponían de 403, número similar al de resto de barrios y que, como podéis haceros una idea, no hacía que Madrid fuera, precisamente, la ciudad de la luz.

En los inicios, su función principal fue mantener el nuevo alumbrado. Hemos de considerar que desde el reinado de Carlos II, en 1678, a los madrileños se les obligaba a tener faroles en sus balcones

Y llegamos a la década de los años 30 del XIX. En ese punto de la historia comienza la renovación del alumbrado, implantándose los faroles de gas, sustituyendo a los ya obsoletos de aceite, porque, como dice en la zarzuela “La verbena de la Paloma”: ‘Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad’. Para que la red cumpliera el objetivo de aportar luz a Madrid, hubo que instalar cañerías subterráneas para canalizar el combustible y, cómo no, las primeras fueron puestas en el Palacio Real, además de en la Puerta del Sol. Esto no significó que el aceite desapareciera como elemento para producir luz. El aceite continuó durante décadas.

El cuerpo de serenos

Se considera el inicio del cuerpo de serenos en 1797. El Ayuntamiento de la época considera, tal y como expresa en documento, para proteger “a los ciudadanos, por las noches que los malhechores (sic) toman por salvoconducto para cometer insultos de diversas especies”.

Será Esteban Dolz, como “cabezón o jefe de serenos”, y bajo la supervisión de una serie de celadores del Ayuntamiento, el que se encargara de su gestión. En este momento había 100 serenos en Madrid, número que aumentó progresivamente acompañando el crecimiento de la urbe. Sus funciones eran la de ocuparse del alumbrado y de hacer rondas nocturnas, aunque hasta 1840 no se terminan de unificar las misiones de sereno y farolero.

El reglamento de 1840 establecía, entre otras cosas, que los serenos debían vivir en el barrio donde trabajaban, que fueran nombrados por la policía, medir cinco pies de estatura al menos, no tener antecedentes policiales, no tener otro trabajo que les impidiera estar descansados por la noche, o tener entre 20 y 40 años.

La realidad es que fueron transcurriendo los años y los serenos fueron, sobre todo, vigilantes nocturnos, pero asumieron otras funciones como ir diciendo, con voz acompasada, las medias y los cuartos (parecido a lo que hacían los pajes en los galeones españoles), o anunciar los acontecimientos políticos, como sucedió en 1860: “las tres y sereno y se ha tomado Tetuán”. En el caso de necesitar ayuda ante una reyerta, o similar, usaban un pito para llamar a sus compañeros, a la policía o a los propios vecinos. También era frecuente que fueran en busca de la comadrona o el confesor, según llegara o se fuera la vida. En referencia a el pito de sereno, estoy convencido de que todos habéis oído la expresión: “Tomar por el pito del sereno”.  Pues bien, parece ser que se tomaban muy en serio lo de vigilar el orden, porque a la mínima usaban el silbato… tanto que al final no les prestaban mucha atención. De ahí el dicho «tomar por el pito del sereno»

Grupo de serenos posando para una fotografía

En cualquier caso, y a pesar de “tomarlos por el pito del sereno”, los serenos fueron también un tentáculo del poder municipal para el control social de los barrios. Dependiendo de la época, pertenecieron al cuerpo de policía o al de auxiliares de la justicia, y tenían labores de control tales como recoger los pasquines que encontraran y llevarlos a la autoridad, o, en algunas épocas, llevar ante el cuerpo de guardia a cualquiera que anduviera por la calle a partir de determinada hora.

La realidad de por qué surge el cuerpo de serenos

La idea del cuerpo de serenos nace en el contexto de un Madrid crecientemente controlado tras el llamado Motín de Esquilache. De hecho, la instalación de farolas propició una gran subida del aceite y la inexistencia de velas de sebo, que se cuenta entre los motivos del descontento que llevaron al motín. Tras la sublevación, se inaugura una era sin precedentes de control sobre los pobres en Madrid (se crean la Superintendencia General de la Policía, la Comisión de Vagos, se llevan a cabo rondas nocturnas, se construyen prisiones, se instauran los Alcaldes de Barrio…). Ya en el siglo XX, durante el Franquismo, fue frecuente que muchos serenos fueran confidentes a sueldo de la policía

Los serenos de capote gris, que llevaron sable los primeros años, portaban una vara de la que pendía un farol, y un silbato color bronce, se convirtieron en personajes del tipismo madrileño, transportados a la posteridad por los sainetes de Arniches. Fueron a lo largo del siglo XX distintos sus uniformes, quienes tengan edad de recordar visualizarán a señores con gorra de plato, bata gris y su inseparable chuzo (el palo que portaban). A menudo asturianos.

Desaparición del cuerpo de serenos

La profesión desapareció en Madrid a finales de los 70, aunque en 1986 hubo un grupo de vigilantes nocturnos en el distrito Centro al que se llamó serenos. Se les presentó a bombo y platillo (el show iba a ser en el Cuartel del Conde Duque y finalmente fue en la Plaza Mayor), pero duraron tres telediarios: sólo un año más tarde fueron reconvertidos en agentes de Operación de Regulación de Aparcamiento (ORA). En aquella época la prensa recogía el escepticismo de los vecinos de una Malasaña, en plena época de apogeo de la droga, ante la eficacia de los nuevos serenos. En 2014 El País entrevistó a el último sereno de Madrid, obviamente ya retirado. Había heredado la plaza de sereno de su padre en 1950, y siguió por su cuenta, en el barrio de Salamanca, una vez echó el cierre el cuerpo.

Y es que, amigos de MAD Experiencias, Madrid es historia viva y ha tenido, tiene y tendrá, cientos y cientos de protagonistas anónimos que han conformado lo que es hoy: una gran ciudad.

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